Concentrada (su costumbre),
no paraba de escribir,
quería llegar a la cumbre
sin saber si iría a vivir.
La Calaca, esta vez,
la observó: “¿acaso respira?
está tan fría como un pez…
tampoco sé lo que mira”.
Luego vio: “pero si suda…”,
al llegar a su escritorio,
y pensó: “A ver si estornuda,
o empezamos su velorio”.
“Acabaré esta pesquisa”
murmuró ella entre dientes,
“Pues tendrás que darte prisa,
ya ni habrá clase de siete”.
“Si se trata de ser justo
es mejor que ni respires,
no solamente es un susto:
es hora de que te pires”.
Cuando el fin vio de su vida,
se preguntó, consternada,
“¿podré llevar mi comida?
Yo sin ella no soy nada”
Empacó diciendo “¡Cruces!”
latas de salsa picante,
piloncillo y muchos dulces,
que eran lo más importante.
Agregando: “A mí me late:
la mejor de las historias
necesita chocolate…
o por lo menos cien glorias”.
Sin parar, comió por horas,
hasta llegar al panteón.
¡Se fue la investigadora
de la polis de Rondón!
El final llegó a sus tesis
de maestría y de doctorado
¿sería hora de un paréntesis
o de irse al otro lado?
La respuesta no fue lenta
de a quien nadie se le escapa:
“Ya no pagarás la renta,
ni volverás a Xalapa”.
Preguntaba a su conciencia,
¿quién sabrá de mis usuarios?
¿quién entiende de experiencia?
¿si me envuelve ya el sudario?
Una voz oyó, en un hilo:
“¡De inmodesta nunca pecas!”
al expirar, con estilo,
la Reina de Zacatecas.
Con semántica un modelo
formulaba muy ufana
no sabía si se iría al cielo
o el infierno así se gana
La inquietaban los volcanes:
uno de ellos era activo.
¿o serían los huracanes
que vendrían por más de un vivo?
Pa’ escapar, ella muy diestra
empacó sus cachivaches,
mas la ruta era siniestra:
estaba llena de baches.
Al ver La Muerte ya chilla,
no llegó ni a la cecina,
descansó en Juan C. Bonilla
de Momoxpan la vecina.